¡Hola! Hoy voy a recordar una fiesta que hicimos hace mucho
tiempo en casa. Todo el mundo estaba invitado. No es que nuestra casa fuera
inmensa, nooo, es que mi marido es muy simpático, se lo dijo a todo el que se
encontraba, y encima yo me había ofrecido a cocinar.
En fin, sigamos. El caso es que según iba avisando la gente
que venía, iba creciendo mi mal humor. Fue tal desbarajuste, que incluso a día
de hoy y pese a que ya han pasado unos cuantos años, nos lo seguimos echando en
cara.
Lo peor de todo fue que en ese momento vivíamos con cuatro
salvajes en edad de “hormona disparada”, y que cuando llegaba el fin de semana,
sí desaparecían, pero antes, copaban todos los cuartos de baño, dejándolos cual
cuadro de William Turner. Y no sabéis lo importante que es, cuando preparas una
fiesta, poder tomar una ducha antes, arreglarte y, lo más importante, tener la
casa recogida y los baños en condiciones.
A las 21:15 un baño por fin se queda libre, pero es el
momento en que todos tienen algo extremadamente importante que pedirte. Una blusa
que se echó a lavar y que la necesitan planchada, unas botas que no encuentran,
un pintalabios que si les puedo prestar… toda una marea armada hasta los
dientes de peticiones, que por fin cruza la puerta de casa, y encima el
teléfono sin parar de sonar de conocidos preguntando si necesito o llevan algo.
Por fin, el silencio. Mi crema en una mano, un calcetín en
la otra, mirando al señor esposo al otro lado de la habitación, abrochándose la
camisa tranquilamente, recién duchadito y sin signo alguno de preocupación en
su cara. Es justo el momento en que piensas salir corriendo por la puerta y no
volver nunca.
Afortunadamente, me conoce de sobra y esa avalancha de
desesperación que cruza mi cara. Masajito en los hombros mientras me conduce a
tomar una ducha relajante caliente, nada de preocupaciones pues él se encarga
de todo, y después una copita de vino tranquila mientras esperamos a los
invitados. No entiendo nada pues su concepción del tiempo obviamente no es la
mía y los invitados están al caer, pero me dejo hacer.
Hasta que entro en el baño. ¡Mierda!, ¿quién usó mi toalla
como alfombra de baño? ¿Quién dejó tirado goteando mi último acondicionador de
pelo que me costó una pasta? ¿Quién se puso mi fondo de maquillaje, seguramente
más esparcido en el lavabo que en su cara?
En fin, con un poco de suerte, ha habido un terremoto y todo
el mundo llegará tarde.
Fui afortunada. Ya arreglada, respiré hondo y me metí en la
cocina y para mi sorpresa, estaba impoluta. Todo estaba preparado y
efectivamente, a las 21.59 horas, el esposo aparece con una sonrisa alegre y una
roja copa de vino. ¡Hasta el tartiflette
estaba ya metido en el horno!
A las 23:30 horas, la fiesta está en pleno apogeo. Apenas
queda tartiflette, todos están achispados y las risas van in crescendo.
A las 02.00 horas de la mañana es cuando tienes que ser un
buen estratega. No para limpiar el salón y cocina, eso es un daño menor, sino
para lograr sacar a los 17 invitados que aún colean ya balbuceando de tu casa,
y poder retirarte a descansar.
Lo importante es poder estar en la cama antes de las 5 de la
mañana, cuando empiezan a llegar de vuelta las bestias.
¡Hasta mañana!
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