¡Hola! Estaba recordando que una vez tuve un novio, al que
yo por aquel entonces veía muy moderno y sofisticado. Pero, en realidad, su
manera de vestir era de otras épocas. En un momento en que yo trataba
desesperadamente de ser rubia ceniza y meterme en unos pantalones pitillo dos
tallas menos que la mía, mi chico me esperaba a la puerta de casa posando sentado
en su Lambretta, tratando de no manchar ni arrugar su traje hecho a medida.
Más tarde, me dijeron que él era Mod, un movimiento cultural
de Inglaterra (mod proviene del término modernista) que hizo furor entre los
jóvenes de los años 60 y 70, que luchaban por ser originales y creativos.
Lo cierto es que salir de tiendas con este chico era un
suplicio. Se pasaba horas comparando los cuellos de las camisas o analizando
con lupa el tejido de un polo.
Si habéis visto la película Quadrophenia sabréis de qué estoy
hablando.
No es que yo sea muy fan de este movimiento, pero es cierto
que mi inclinación por lo vintage hizo que fuera conquistada en minutos por las
pandillas que se movían en Vespa, las conversaciones eternas en un pub y, por
supuesto, su música. Fue una conquista efímera porque enseguida me cansé al ver
que pasaban más tiempo desfilando y posando, que pensando en qué hacer con sus
vidas.
Para mi romance lo más importante era parecer inteligente,
intelectual y ser y estar limpio. Se hacía los trajes a medida con doble
bolsillo, que la chaqueta tuviera tres botones como mínimo, y que
los pantalones tuvieran la caída perfecta, completando su look unos botines
puntiagudos. Para los días más sports, no se quitaba de encima el famoso Fred
Perry y las Adidas Kicks.
Eso sí, tengo que reconocer que mientras yo andaba a la caza
de mi estilo, decidiendo si ponerme un vestido de lentejuelas púrpura con unas
botas blancas o unos pantalones de campana con una camiseta de rayas Petit
Bateau, él ya tenía su licencia de estilo.
¿Seguirá igual?
¡Hasta mañana!